5/1/12

El capital social vasco, antes y ahora

Que nadie piense que me había olvidado de este blog. ¡No! Sólo era un paréntesis para absorber toda la información en mis nuevas funciones profesionales. Toda, toda… más bien, para absorber toda cuanta pudiera para afrontar los nuevos retos con garantías, con toda la información posible, para no defraudar. En esta ocasión, defraudar era defraudar a Bizkaia y sus gentes. Y eso son palabras mayores para quienes todavía sentimos un respeto reverencial hacia la gestión de la cosa pública.

Sí, y además, el listón está muy alto. En Bizkaia, las políticas sociales han llegado en los últimos años a niveles muy altos, equiparables a estándares del norte de Europa. De hecho, en algunas cuestiones (como ellos mismos reconocieron en la visita que desde Finlandia nos cursaron recientemente) hemos llegado a plantear algunas soluciones que ellos ahora buscan.

Pero que nadie se lleve a engaño; no ha sido mérito, fundamentalmente, de ninguno de los gobiernos que ha pasado por allí, ha sido fruto del empuje de la sociedad de Bizkaia, de su tejido social, de su tercer sector. Si de algo debemos estar orgullosos los vascos es de componer una sociedad vigorosa, viva… que ha sido capaz de tejer una red social muy rica en relaciones que ha fraguado en diferentes fórmulas a lo largo de la historia, para dar soluciones a los problemas o retos de la comunidad. Es sencillo plantear aquí algunos ejemplos de ello, puesto que cofradías y hermandades primero, y ahora las entidades del tercer sector, son el reflejo de esa solución comunitaria a los problemas de cada tiempo.

Este capital social vasco es insustituible, no se puede intervenir por los mercados, ni por el FMI, ni por el Banco Central Europeo… este capital social permitió que este país conservara hasta hoy su lengua y su cultura, y hoy podemos decir, que este capital social, ha permitido que Euskadi y Bizkaia conozcan los niveles de bienestar que hemos alcanzado.

No fueron las administraciones, fue el capital social, la sociedad civil organizada quien puso en marcha las ikastolas cuando la legislación no permitía la enseñanza en euskera. Después, y sólo después, vino la Administración Vasca a reconocerlas como parte de la red educativa vasca. No fueron las administraciones, fueron los trabajadores (entonces en paro en gran medida) quienes pusieron en marcha las primeras cooperativas en Mondragón, cuando la crisis (también entonces, y también la crisis) puso a muchas familias al borde de la pobreza. Después vino la Ley de Cooperativas (por cierto, ejemplo en toda Europa) a darles amparo legal. Por eso decía al inicio que el nivel de exigencia está muy alto, lo ha puesto la propia sociedad. Pero al mismo tiempo, siento que tenemos al mejor aliado posible para afrontar los nuevos retos, si sabemos canalizar su fuerza, la sociedad civil organizada.

Esos retos, que ahora se ven magnificados por el contexto económico, responden a los importantes cambios que se están produciendo en las sociedades occidentales. Así, el siglo XXI pone ante nosotros un envejecimiento de la población, que siendo una excelente noticia (indicador de avance social) hace revisar muchas de las políticas públicas diseñadas con una pirámide poblacional de amplia base, no con una pirámide poblacional invertida. También vivimos en una sociedad cada vez más atomizada, que ha hecho que el constructo social más básico, la familia, se haya reducido sustancialmente, hasta una media de 3 miembros. A ambos efectos ha contribuido, también, el descenso de la natalidad, sólo paliado por una inmigración que siendo baja (en niveles entre el 5-6% de la población) a nivel cuantitativo con nuestras comunidades vecinas, nos pone sobre la mesa dos retos cualitativamente muy importantes: la interculturalidad y la inclusión.

No faltan retos. Y tampoco faltan mimbres. Estoy seguro de que Bizkaia y Euskadi sabrá responder a ellos con la vieja fórmula del trabajo conjunto, acompañamiento de las administraciones y desde la sociedad civil. Al fin y al cabo, tampoco los retos de otros tiempos eran menores… ¡o eso nos han contado nuestros mayores!